lunes, 18 de marzo de 2013

Cicatrices.

Como cada año, a principios del verano, Emmett y yo nos encontrábamos en nuestra “Semana de Testosterona” como él la bautizó desde que lo propuso por primera vez. Este año estábamos recorriendo Vietnam en moto, la idea original era ir a Turquía para conocer la Capadocia siguiendo el itinerario de la antigua Ruta de la Seda, y a pesar de que estos viajes con él siempre me han servido para desconectar del estrés y la rutina, en esta ocasión estaba decidido a posponerlo a toda costa por una cantidad ingente de motivos: el principal era que no quería venir, me daba pereza pensar en separarme de Isabella aunque fuese solamente por unos días, y mucho menos para hacer un viaje con un amigo cuando a ella todavía no la había llevado de viaje de novios.

Tenía que reconocer que no me atrevía a sacarla de un entorno completamente controlado porque el temor a que Aro intentase algo contra ella, desesperado como estaba, me tenía sujeto por las pelotas y el miedo crecía con cada día que yo tenía tiempo de pensar en hipotéticos escenarios. Desde el primer año en aquel orfanato no había vuelto a sentirlo tan violentamente; en aquella ocasión mis miedos infantiles se centraban en el incierto futuro al que me enfrentaba unido al dolor de la muerte de mis padres, ahora temía volver a perder a Isabella, esta vez de forma definitiva. Incluso podía notar un amargo sabor en la punta de la lengua a completa devastación, a fracaso y tener que enfrentar la vida desde cero, devastado y sin fuerzas. No estaba acostumbrado a sentirme así y no lo llevaba nada bien, ni siquiera con fingida elegancia.

Que le hubiésemos perdido el rastro a Jane y su ausencia de noticias tampoco contribuía a tranquilizarme.

Pero de alguna forma el instinto de caza conjuró el miedo y supe lo que debía hacer en el mismo momento en que Kate y Seth consiguieron la pista sobre un hombre con las características de Aro y una herida en la misma rodilla, que fue atendido en un pequeño hospital de la costa de Vietnam, cerca de Hanoi, cuyos responsables informaron a las autoridades que encontraron una cama vacía cuando acudieron para preguntarle por las circunstancias que rodeaban su herida. El tiempo transcurrido y la zona horaria, la descripción… todo encajaba. Debía comprobarlo por mí mismo.

Tenía al alcance de mi mano la oportunidad y la coartada perfecta si resultaba ser cierta la información. El cambio de destino con Emmett se saldó con un encogimiento de hombros por su parte y un “donde prefieras con tal de ir, hay que mantener las tradiciones”. 



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-Me alegro por ti, pero yo en tu lugar estaría atento, no sea que un día emprenda el viaje hasta el Monte del Destino a través de Mordor para deshacerse de él. Hay que llamar a las cosas por su nombre, de lo contrario corres el riesgo de darte cuenta que tu corazón está en su vagina, y en el lugar del corazón tienes la polla. – Solté la botella de cerveza y busqué mi cazadora, del bolsillo interior saqué la petaca con el Balvenie de cuarenta años que guardaba para las emergencias. Y esta conversación se estaba convirtiendo en una.

-Venga ya, Edward…

El fuego en mi garganta me hizo sonreírle a mi amigo que me miraba encantado de empezar una guerra dialéctica. 

-El corazón en el pecho, la polla entre las piernas, el cerebro en la cabeza y el anillo en el dedo. – Me sonreía descarado con su cerveza en la mano cuando el móvil vibró con un mensaje nuevo en el bolsillo de mi pantalón. K. Marshall. – Disculpa, tengo que atender este mensaje.

-Eres demasiado estricto. Y la última vez que lo comprobé Mordor seguía sin existir de verdad. – Su réplica me llegó cuando ya estaba fuera, en la pequeña terraza de madera sobre la arena de la playa leyendo el mensaje con el corazón latiendo con violencia.

Jane se había puesto en contacto. Por fin parecía que se había decidido por un bando. Había enviado unas coordenadas, nada más. Kate adjuntaba un mapa donde las coordenadas señalaban un diminuto islote en medio de la zona de las Spraty Islands, un grupo de micro islas en disputa al sur del Mar de China. Pedazo de cabrón… Menudo sitio para esconderse. Resultaba un buen lugar para desaparecer y evitar una posible extradición ya que son islas pequeñas, muy cerca unas de otras y en disputa entre cinco países; saltar de isla en isla equivale a cambiar de país y los trámites para una supuesta extradición tienen que volver a empezar, sin olvidar que cualquier incidente desataría graves conflictos diplomáticos. Era como esconderse en un polvorín, con sus ventajas y sus inconvenientes. Muy típico de Aro.

Pulsé la tecla directa con el número de Kate. La adrenalina corría salvaje ante la perspectiva de atraparlo. Lo tenía muy cerca, gracias a la pista del médico le estaba pisando los talones. Miré en todas direcciones, estaba solo. La televisión sonaba dentro de la cabaña de Emmett.

-Buenas noches, Edward, lamento interrumpir tus vacaciones, pero supuse que querrías saberlo inmediatamente. 

-Kate, ¿crees que se trate de una trampa? – Mantuve el tono de voz contenido, al igual que todo mi cuerpo.

-Estamos razonablemente seguros de que es una información veraz. Se trata de un pequeño islote de las Islas Spraty, según las imágenes del satélite se detecta un discreto aumento de la actividad en él desde la fecha inmediatamente posterior al ataque que sufristeis Call y tú. Tiene tres edificaciones pequeñas en no demasiado buen estado, una lancha techada amarrada a un embarcadero y otra neumática que aparece y desaparece. Suponemos que la utilizan para suministros o algo similar. El resto es vegetación propia de la zona y un claro de forma circular con lo que apostaría es una red de camuflaje.

Cerré el puño de la mano izquierda con fuerza, sopesando mis oportunidades, midiendo las posibles consecuencias, mis impulsos, mis deseos, lo que dictaba la razón y el egoísmo… Deseé poder desentenderme del asunto, mirar hacia otro lado y dejar que la policía se encargase. Pero no pude, todo en mí se rebelaba contra esa opción. Había sufrido en carne propia las consecuencias de demasiada gente que miró hacia otro lado suponiendo que las autoridades harían su trabajo; gracias a actitudes como esa Aro había llegado tan lejos y tantos inocentes habían sufrido, incluso muerto. Call vino a mi mente y la forma en la que tosía sangre con la cara crispada por el dolor.

-Voy a ir.


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No tenía tiempo que perder, y sí muchos asuntos que resolver para poder llegar a ese islote.

Cuando entré en la cabaña de Emmett para decirle que había habido un cambio de planes, y que la pista que habíamos ido a comprobar había dado un giro inesperado por lo que teníamos que suspender el viaje, lo tuve en pie y listo para acompañarme antes de que tuviese ocasión de pensarlo, ni de conocer los mínimos detalles elementales. Era un amigo de los que hay pocos.

-Ni hablar, esto no es igual que me acompañases a darle un par de puñetazos a un imbécil por si su amigo se ponía nervioso. Esto es más serio.

Me siguió hasta mi cabaña refunfuñando detrás de mí, alegando razones que ni me molesté en escuchar porque de ninguna manera iba a acompañarme como si fuésemos de excursión, eso era algo que tenía que hacer solo, y aunque no era posible discutir que sus dimensiones y sus habilidades con los puños serían muy apreciadas llegado el momento, ya había perdido a Call y ni volviéndome loco permitiría que se involucrase en mi cruzada. Él tenía una vida normal, y a esa rubia gritona que lo volvía loco, no necesitaba más alicientes.

Así que recogiendo mi mochila para salir por la puerta se lo agradecí, pero insistí en que tenía que quedarse en el hotel hasta que volviese para proporcionarme una coartada sólida durante veinticuatro horas. Darle un papel aunque fuese pequeño en la función pareció calmarlo, a fin de cuentas él no conocía en profundidad las dimensiones de lo que yo tenía que enfrentar y solo pensaba que iba a perderse la diversión, no a jugarse la piel. A pesar de todo, me acompañó en moto hasta el muelle de Hanoi, allí mientras yo alquilaba una lancha Day Cruiser para recorrer las cuatrocientas millas náuticas que me separaban del final de mi pesadilla, él hacía lo mismo con una furgoneta para llevar las motos de vuelta y dejarlas en un lugar bien visible.


Nos despedimos con un “cuídate” seco, de esos sin ceremonias más que un abrazo corto con palmada en la espalda incluida. Llevaba suficiente dinero, agua, café, comida, una camiseta de repuesto y la pistola que Kate me había dado por simple precaución para el viaje. Le mandé un mensaje para que empezase a cronometrar mis diez horas de travesía mientras Emmett se quedaba en el muelle mal iluminado, cruzado de brazos y frustrado al ver cómo me alejaba a toda potencia.

Tenía por delante diez largas horas para pensar en todo lo que estaba arriesgando, convenciéndome una y otra vez que valía la pena. Que era lo que debía hacer.

Diez horas resultaron ser muchas y muy largas. Navegué a ciegas, solamente guiado por los instrumentos de la lancha fueraborda, y por la luz de la luna que recortaba islotes a contraluz. En mi mente había comenzado una batalla que logré acallar a duras penas a medida que el día rompía por el este. Para cuando estuve tan cerca del islote que podía ver con mis propios ojos la silueta de las palmeras, había conseguido hacer el proceso mental de involución necesario para guardar a Isabella en lo más profundo de mi corazón, donde nadie pudiese alcanzarla, junto a mis padres, e impedir así que ocupasen mi cabeza. La necesitaría despejada si quería cumplir mi promesa.

Ya no era un hombre enamorado con un futuro por delante, ni un hijo que quiere ver el orgullo en los ojos de sus padres.

Era solamente un luchador.


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Evité el claro que se abría ante mí y camuflándome entre la maleza, continué por una senda paralela al camino de tierra que llevaba hasta el centro, donde podía ver los tejados de dos de las tres edificaciones. Según el informe era la casa principal y otra más pequeña, la tercera sería una especie de barracón alejado unos diez metros. 

A mis oídos llegó una algarabía demasiado bien conocida como para malinterpretarla, que me hizo hervir la sangre.

Un vigilante nativo con un fusil colgando descuidadamente del hombro me daba la espalda mirando hacia el barracón, se secaba el sudor del cuello con el mismo pañuelo sucio con el que espantaba las moscas a su alrededor. Me acerqué despacio y cuando la culata de la pistola impactó contra su cabeza, ese fulano se desplomó sin saber qué le había golpeado. Lo até al tronco más cercano con su propio cinturón y lo amordacé con el pañuelo empapado sin sentir ni un ápice de remordimiento.

Comprobé el fusil y sonreí cuando vi que no tenía munición. 

-Bonito bolso. – Le dije al tipo atado al árbol. Lo desmonté y tiré todas las piezas menos una.

Ante mí, un grupo de seis niños también nativos de la zona, no mayores de diez años entrenaban las mismas técnicas de lucha que tan claramente acudieron a mi mente. El séptimo era algo mayor y parecía el cabecilla del grupo, permanecía observándolos desde cierta distancia. Una escena familiar hasta el punto de resultar espeluznante, solo que éstos luchaban en una especie de foso de unos cinco metros de profundidad del que solamente podían salir cuando alguien, supuse que el vigilante al que acababa de dejar fuera de combate, les lanzaba una rudimentaria escalera de cuerda que había enrollada de cualquier forma junto a mis pies.

Luchaban con un mezcla de Pradel Serey y otras técnicas, pero desprovistas de cualquier norma, ceremonia y rituales que no fuesen la brutalidad en sí y la sed de victoria.

No lo dudé y le di una patada a la escalera para que cayese. Cuando el cabecilla la vio, alzó la vista y sospechó inmediatamente de mí.

-Subid. – Dije en tono imperativo. – El entrenamiento ha terminado por hoy, El Maestro tiene planes para vosotros. 




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-¿Por qué me cuentas eso después de que arrojases a Isabella de un coche en marcha? ¡Atada! ¡Amordazada! ¡Con un cisne de papel hecho con un billete de cinco dólares, ahogándola! Traicionaste a mi padre, me traicionaste a mí. ¿Por qué habría de importarme lo que le suceda? – Yo rugía temblando de ira, él negaba con la cabeza mirándome directamente a los ojos.

-Lo sabes… sabes cómo son estos asuntos… Una misión… Luego… Él la tenía. Vosotros… los Cullen… he pasado muchos años observándoos… Shannon… estará mejor con vosotros… que abandonada… a… a su suerte. No pude evitar que la atrapase. – Gimió desesperado. – Búscala y sácala de allí… pero recuerda que ella es inocente, solo cometió el error de… amar a un hombre como yo. Jamás le ha hecho daño a nadie… Sabes que podría arrastrarte conmigo en la caída... – Instintivamente miré mis pies que seguían firmemente apoyados contra los restos de la madera de la barandilla y calculé que tenía razón, si se lo proponía me arrastraría con él. – Prométeme que si sales con vida la buscarás. – Aquello no lo esperaba. Sus palabras me abrumaron mucho más violentamente que lo que estaba preparado para soportar, de pronto había demasiadas similitudes con Isabella como para que no me afectasen, y aquella sensación no me gustó en absoluto.

Mi silencio le hizo sonreír.

-Tengo tu palabra Cullen. Estoy dispuesto a pagar el precio. – En ese momento soltó su agarre y se dejó caer al vacío con un sonido seco y ni un solo gemido. Cuando me asomé, lo vi muerto en el suelo con el cuello en una posición completamente incompatible con la vida.

Me llevó unos instantes recuperarme del espanto de ver un reflejo de nuestra situación y de mis miedos hechos realidad en la historia de Félix; no éramos tan diferentes después de todo, yo también estaba dispuesto a cometer cualquier locura por la mujer que amaba. Escupí la sangre de mi boca y me concentré en volver a tener la cabeza fría. Comprobé mi herida cuando me puse en pie. No tenía demasiado mal aspecto teniendo en cuenta el tratamiento que le había dado ese hijo de puta.

Los rotores de un helicóptero comenzaron a sonar despacio, calentando motores en la parte trasera de la casa. Para eso era el claro que Kate pensaba que tenía una red de camuflaje. Fui a su encuentro. En el camino recogí la navaja con la que Félix me había herido y la guardé en mi bolsillo. Busqué en el suelo del salón y recogí mi arma de debajo de la mesa de donde había desaparecido el portátil. Comprobé la munición guiándome por el sonido cada vez más fuerte y rápido de los rotores hasta que se convirtió en un zumbido constante cuando me alejé de la casa en llamas.

El helicóptero se había elevado apenas un par de metros. Disparé al rotor de cola. Una, dos, tres veces, hasta que perdió la estabilidad, giró violentamente y cayó al suelo con bastante estruendo, pero sin estallar en mil pedazos. Me sentí decepcionado.

No, claro, por supuesto que no sería tan sencillo.

De entre el armazón humeante casi entero, salió reptando esa alimaña. Magullado, sucio y despeinado, con la pierna herida a rastras y el orgullo seriamente dañado, pero más lúcido y sin rastro del portátil, seguramente lo había dejado dentro del helicóptero.

Ninguno de los dos estábamos en condiciones de luchar, sabía que no se arriesgaría a un enfrentamiento cuerpo a cuerpo conmigo. Y maldita sea, yo necesitaba recuperarme, era en ese momento cuando la herida mordía con saña y apenas podía levantar el brazo. Sin olvidar que necesitaba oír un par de respuestas por su parte.

-Un verdadero luchador como tú jamás debería empuñar una pistola, solo sus puños y su instinto. El arma te degrada, te rebaja al nivel de los demás. – Llegó hasta el tronco de una palmera y me sostuvo la mirada mientras recuperaba el aliento. Eran palabras amargas que no coincidían con el gesto displicente de su mano, como quitándole importancia al asunto. Casi me hizo sonreír.

-Sin embargo, reconocerás que proporciona ciertas ventajas. 



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-Adiós, Edward Masen.

La pistola apareció tan rápidamente en la mano derecha, que apenas tuve tiempo para apartarme de lo que calculé sería la trayectoria de la bala, a pesar de estar esperando ese movimiento. El disparo de Aro silbó cerca e impactó en el poste metálico de una antena que había detrás de mí produciendo un sonido metálico, al caer pude ver que saltaban chispas del cableado de la antena. Me giré rápidamente y apreté el gatillo hiriéndolo en el hombro derecho.

Aro comenzó a reír enloquecido, se cambió el arma de mano y lentamente apuntó hacia el helicóptero del que salía el combustible a un ritmo constante. Supe lo que iba a hacer sin lugar a dudas: morir matando. Salté y me tiré de cabeza tras un muro bajo que acotaba un pequeño jardín con flores y contuve la respiración protegiéndome la cabeza cuando el calor de la explosión me envolvió.

Cuando el aire volvió a soplar fresco y el rugido de las llamas era lo único que podía escuchar, aparte de un molesto zumbido en mis oídos, alcé la cabeza para ver cómo el cuerpo de Aro ardía consumido por las llamas unos metros más allá del lugar en el que estaba.

Muerto. Como cualquier hombre.

Me escocían los ojos, no podía respirar bien, y un dolor brutal me tenía el brazo casi inmovilizado. Me dejé caer de espaldas en el suelo y grité. Grité hasta que me quedé sin aire y me dolió la garganta.

No sabía cómo debería sentirme.

Cuando abrí los ojos de nuevo llovían fragmentos de billetes. Euros, Dólares, Libras, Yenes… Las edificaciones que ya ardían comenzaron a hacerlo más violentamente alimentadas por la lluvia de combustible, tenía que salir de allí y llevarme a aquel tipo del árbol antes de que ardiese junto a todo el islote y yo añadiese un nuevo peso a mi conciencia después de haber hecho extraños equilibrios con ella y esquivar tres disparos.

Me levanté con verdadero esfuerzo.

Curiosamente en vez de tener una lógica sensación de alivio, notaba un extraño vacío, podía paladear la destrucción alrededor. La respiraba, la notaba pegada a la piel, sangrando en mis heridas. Veía de nuevo el horror en los ojos de Jane al verme, el miedo ante la situación que vivía, el de Félix al recibir la herida y su petición desesperada, la risa de Aro cuando disparó al helicóptero para morir matando. Los ojos grandes de los niños mirándome con miedo y admiración mezclados...

Necesitaba salir de allí, sentía que me ahogaban los recuerdos, las imágenes de todo lo vivido a lo largo de mi vida. Necesitaba refugiarme en Isabella y dormir a su lado, recompensarla por todo lo que ha tenido que sufrir ella también por haberse enamorado de un hombre como yo; de un hombre como nosotros. Necesitaba besarla y respirar su aliento, sentir su calor, que el sonido de su risa y el roce de sus manos borrase tanto dolor acumulado durante tantos años.

Emprendí el camino de regreso a la playa cojeando. Cuando llegué hasta el árbol no había ni rastro del tipo de seguridad, supuse que había logrado desatarse y huir cuando las cosas se pusieron feas, o quizás fuese cosa de los chicos, así que de nuevo tomé precauciones y permanecí alerta por si aparecía.

Las heridas me dolían cada vez más, pero confiaba en llegar a una isla cercana que tenía una base militar y allí pudiesen atenderme, pero entonces habría preguntas y no hay que ser muy listo para relacionar una isla ardiendo con un tipo herido, sucio y apestando a humo. Se descubriría que había estado aquí y la coartada que me ofrecía Emmett sería inútil; la otra opción era confiar en mis fuerzas, hacerme una cura de urgencia con el pequeño botiquín de la lancha y tratar de regresar a Vietnam yo solo. Diez horas de viaje herido y agotado física y mentalmente.

Cuando giré hacia el embarcadero, no pude creer lo que vi. Kate estaba esperándome, desde lejos se notaba su impaciencia, cuando me vio sonrió satisfecha, junto a ella estaban Quill, Paul, Collin y Brady de mi equipo de seguridad y el nativo retenido y con cara de querer estar en cualquier otra parte, menos allí. Un miedo extraño prendió en mi pecho. ¿Qué significaba todo esto?

-La densidad de población de este islote es alarmantemente alta para lo pequeño que es. No te esperaba aquí, Kate. ¿Dónde está Isabella?

-Seguro que no lo esperabas. Razonablemente entero por lo que veo. ¿Esas heridas son graves? – Ignoró mi última pregunta a propósito, por alguna razón eso me tranquilizó. Abrí la camiseta por donde estaba el corte y el desgarrón que yo mismo le di y le eché un nuevo vistazo. Podía ser mucho peor.

-No, la navaja era pequeña.

-Me alegro mucho. ¿Has terminado, podemos irnos ya?

-Sí. Dime que no has dejado sin protección a Isabella para venir a mi fiesta sin invitación. – Insistí impaciente subiendo a mi lancha con Kate y Quill, mientras que los otros tomaron la que estaba allí con el tipo nativo.

-Quítate la camiseta, voy a echarle un vistazo a ese corte. – Sacó el pequeño botiquín de primeros auxilios y tras echarle un vistazo rápido, empezó a limpiar la herida con gasas. Le detuve la mano y la miré con dureza esperando una respuesta. – Vas a pasar un mal rato intentando buscar un fallo que reprocharme. Mira al cielo. – Hice lo que me dijo intrigado, vi algunas nubes altas, el intenso azul y la silueta de un avión que parecía descender. – Por el satélite supimos que no había armamento pesado, así que todo este tiempo ha estado donde no pueden alcanzarla ni localizarla, en el aire, a bordo del avión listo para volver a aterrizar y recogernos en la isla Thitu-Pagasa, o para llevársela lejos rápidamente con Sam para protegerla. 
 


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Unas imágenes acompañadas de una promesa volvieron a mi mente. Me detuve en seco frente a la puerta de nuestra habitación.

-Shannon. Era la esposa de Félix, según él está en el epicentro del mundo financiero junto a un hombre de edad por una jugada de Aro. Busca las conexiones y sácala de donde sea que esté metida. – Kate asintió frunciendo los labios.

-Hablaré con tu padre para que le encuentre un lugar en la isla.

-No. Hazlo a través de la fundación, para eso la creamos. Si la llevamos a la isla indirectamente me vería relacionado con los Vulturi de nuevo y alguien podría hacerse preguntas, recuerda que acabo de tener un accidente mientras recorría el país en moto junto a Emmett relativamente próximo a ese islote. Y quizás ella tenga ideas propias. No quiero que esté cerca de mi familia, solo por si acaso.

Abrí la puerta de nuestra habitación y urgí a Isabella para que entrase. Cuando cerré por fin a solas con ella, tiré de su mano y la envolví entre mis brazos. La besé despacio, envueltos en la penumbra que nos rodeaba. Como un ladrón que roba no un beso, sino aliento para seguir viviendo. 

Mientras besaba desesperado esa boca suave y dulce, pensaba con amargura que las palabras de Aro me habían calado más hondo de lo que me hubiese gustado. ¿Y si todo lo vivido había sido demasiado? ¿Qué haría si me rechazase porque mi naturaleza se interponía constantemente entre nosotros? ¿Qué hacía una mujer como ella con un hombre como yo?

Sus labios correspondían ávidos a mi beso, pero seguía sin saber qué pensaba, si seguía asustada, si mis manos y mi cara con nuevas heridas le producían rechazo. “Sé que te permite follarla con esos dedos llenos de cicatrices, ¿también lo hará si están manchados de sangre?”

Ni siquiera me había hecho ni una sola pregunta. Y a pesar de ese silencio me miraba con tal intensidad que me haría estallar en mil pedazos de ansiedad.

Me sentí insoportablemente sucio.

-Necesito una ducha. – Dije a pesar de que mis labios se sentían reticentes a dejar los suyos.

-¿No te apetece más relajarte en la cama mientras esperamos tu cena? – Me alejé de ella y encendí las luces. Necesitaba esa ducha y unos instantes a solas. Ni siquiera tenía claro cómo me sentía, y no quería tomarla con ese hijo de puta rondando por mi cabeza, tiñéndolo todo de ese aire despreciable y corrupto que era su impronta.

-No voy a meterme en la cama contigo estando sucio y oliendo a humo y sangre. No tardaré.

Estar a solas y poner en orden mis pensamientos se convirtió en una prioridad. Al mirarme en el espejo tuve la sensación de entrar en algún bar donde hacía tiempo que no iba, y al hacerlo, vi allí sentados en los mismos lugares a los mismos tipos desagradables de siempre. Los mismos golpes en los mismos sitios: pómulos, cejas y mandíbula, alguno en los labios no demasiado grave; me quité la camisa apretando los dientes por culpa de los puntos y miré con atención el resto del torso: costillas, por supuesto, antebrazos y cómo no, los nudillos destrozados. También comprobé que tenía algún que otro golpe en las piernas cuando me quité los pantalones, el que más dolía en el muslo, nada serio para haber sobrevivido donde otros no lo consiguieron.

Me quité con cuidado el vendaje para ver una costura negra y recta, rápida, que nacía en el hombro y continuaba hasta el corazón; a pesar de la tentadora propuesta de Isabella me metí en la ducha. Una vez dentro, con el agua tan caliente que hacía escocer cada una de mis heridas y el jabón lavando los restos del combate, logré sentirme algo mejor. 



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Todos los que alguna vez fuimos tocados por la mano de Aro estábamos marcados de por vida, pero sobrevivir a su despreciable mundo era mi venganza, un supremo acto de rebeldía, y luchar por tener una vida plena y feliz, la rúbrica con letras de oro de esa venganza. Ese motivo sería el único por el que volvería a luchar de ahora en adelante.

Cerré los puños y los apreté contra el mármol que recubría la pared, el frío de la piedra aliviaba el dolor.

A pesar de haber obtenido mi venganza y la garantía de que al menos él, no volvería a entrometerse en mi vida,  ni amenazaría la seguridad de Isabella, sentía rabia y cansancio espesando mi sangre. Me sucedía lo mismo que cuando supe que no había sido yo quien había matado a Alec, a pesar del alivio, seguía sintiendo el mismo peso sobre los hombros.

Un hormigueo en la nuca me hizo levantar la vista del suelo y allí estaba ella: abrazándose a sí misma, silenciosa, toda ojos, con la camisa cubriendo su cuerpo y unas pequeñas braguitas negras. Hermosa hasta el punto de dejarme sin aliento.

Como la vez anterior que me vio peleando contra James, se encontraba sin saber qué podía esperar de mí en esa situación, pero al menos no me sentía frustrado de que ella fuese testigo de mis debilidades y mi brutalidad, y sobre todo porque no había aparecido en plena pelea sin saber cómo; no sentía rabia, lo único que me preocupaba era ella. Tenía que hablarle, se lo debía después de todo por lo que había tenido que pasar por culpa de mi hermetismo y por la obsesión de Aro.

Cerré los grifos y me giré dispuesto a no guardarme nada, pero decidido a elegir con cuidado las palabras porque tampoco quería soltarle a bocajarro todo lo que tenía en la cabeza y descargar mi peso sobre ella.

-Ahora que todo ha acabado, que el origen del miedo ha muerto… me siento extraño. ¿Qué hombre seré a partir de ahora, Isabella? – La asombrosa mujer ante mí sonrió con esa mezcla tímida y reflexiva que la hacía tan especial y te dejaba pensando que jamás llegarías a conocerla del todo, cogió una toalla y se acercó hasta mí.

-El que siempre has sido. – Comenzó a decir mientras secaba con delicadeza cada una de mis heridas. – Los hombres como tú no cambiáis jamás. Siempre estará latente esa sombra del luchador en tu mirada que aparecerá por sorpresa, sometiendo a un riguroso escrutinio a las personas, las calles, los restaurantes… en busca de claves que disparen las alarmas. – Dejó un suave beso sobre mi piel húmeda, cerca de donde comenzaba el corte del pecho, levantó la vista y me sonrió de nuevo. – Pero sobre todo, siempre has sido, y siempre serás mi Puto Amo.


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-Así, acércate más. Más. Eso es. – Despacio comenzó a marcar el ritmo, aunque no le di completa libertad y acompañaba sus movimientos con el brazo sano. Esa postura tenía la ventaja de permitirme besarle los labios, el cuello y todo lo que me quedaba al alcance de la boca. Le acariciaba el pecho jugando con el pezón en mi mano izquierda, mientras que con la derecha me aferraba a sus nalgas manteniéndola pegada a mí, asegurándome de que en su mente no había más espacio que para sentir el placer que le estaba dando. 

En un descuido sus ojos me atraparon y me perdí irremediablemente en ellos. Era la mujer más hermosa, la más fuerte.
Gemí sintiéndome profundamente dentro de ella, de toda ella, no solo de su vientre, y me dejé caer en la cama, rendido de placer, notando cada uno de mis golpes, notando cada contracción de su vagina, cada latido de mi corazón. Resignado a dejarla hacer de mí lo que quisiese. 
Y lo que quiso fue seguir ondulando sus caderas conmigo dentro, como si bailase alrededor de mi polla.


La cadena con la llave lanzaba destellos entre sus pechos con cada movimiento. Con el pulgar le separé los labios y busqué el clítoris, tracé círculos sobre él destinados a hacerla enloquecer, subí la otra mano por su vientre hasta el centro de sus pechos donde cerré el puño alrededor de la llave, al hacerlo, su vientre se contrajo violentamente a mi alrededor, sus movimientos se hicieron más intensos y cadenciosos al mismo tiempo, como si siguiese una melodía propia. Dejó caer la cabeza hacia atrás con los ojos entrecerrados y los labios separados, gimiendo perdida en el placer, acariciándose los pechos para mí. En ocasiones me miraba llena de deseo, sintiéndose arrastrada por la urgencia que marcaban mis caderas saliendo al encuentro de las suyas. Yo notaba la tensión incrementándose en mi vientre, y la ignoraba reprimiendo la urgencia de tomar el mando de nuevo y acelerar el ritmo. Teníamos un pacto tácito, y cuando yo regresaba a casa después de un combate, ella cuidaba de mí marcando su propio ritmo contrayendo su vientre a voluntad tal y como aprendió a hacerlo para complacerme, en las preguntas que me hacía para saber más, en sus reacciones ante la visión de cada golpe, ante cada respuesta por mi parte. 
En esos enormes gestos consistía su forma de cuidarme, sabía que para mí el placer que me estaba dando era una necesidad, una forma de reafirmarme y al mismo tiempo dejarla entrar en mi corazón. Conocía mis grietas y por ellas se colaba. Sellándolas como si fuese oro.
Lo que no significaba que yo tuviese que renunciar a mi naturaleza, así que tiré de la cadena y la obligué a inclinarse hacia delante para que pudiese besarla. Ya había caído en mi trampa, era mía por completo. Le rodeé la cintura y comencé a moverme con fiereza entrando y saliendo de ella. Jadeaba enloquecida en mi boca mientras notaba como los primeros síntomas de su orgasmo la dejaban totalmente entregada en mis manos. Le temblaban los muslos, esos jadeos se convirtieron en pequeños gritos y gemidos de sexo desvergonzado, su vientre se contraía con espasmos violentos empujándome inexorablemente hacia mi propia liberación que luchaba por contener solo por prolongar el espectáculo que suponía ser testigo de su placer.
-¡Dámelo! Así, muy bien, preciosa. Sigue. Sigue.



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Abrí y cerré la mano izquierda en un movimiento instintivo, volvía a sentir ese desagradable hormigueo en las viejas heridas. Mantuve la calma consciente de que el olor a humo y la sangre solamente estaban en mi cabeza, en mis recuerdos, a pesar de eso, hundí mi nariz en su cuello y aspiré profundamente. 

Isabella era mi realidad y mi futuro.

Un futuro en el que mi pasado se entretejió con su pelo y se enredó entre sus piernas y su sexo, como una nube negra entristeció su mirada y la llenó de lágrimas en muchas más ocasiones de las que me hubiese gustado. Y sin embargo aquí estaba junto a mí. Libre en sus elecciones, orgullosa en sus decisiones y fuerte, más de lo que imaginé la primera vez que la vi de verdad, sin maquillaje ni luces brillantes, con aquel vestido de verano que parecía una simple camisa que terminó empapado, y ella desnuda en la cama, con el pelo mojado aferrando una sábana en torno a su cuerpo, negándome lo que tanto deseaba. Fue la primera vez que la vi herida e indefensa, y todavía no había conseguido olvidar la sensación de pánico al verla inerte flotando en el mar.

En esta ocasión fui yo quien sintió el impulso de cubrirla con la sábana para que la madrugada no le diese frío. Lentamente el cielo se aclaraba y yo me encontré casi conteniendo el aliento mientras observaba cómo las sombras se desvanecían en su rostro.

Al final resultó ser completamente cierto que estaba dispuesto a matar y a morir por ella.

Despacio para no despertarla salí de la cama, me alejé hasta el salón de la suite y cogí el teléfono. Le eché un vistazo a la carta del servicio de habitaciones sintiendo por primera vez rugir el hambre y encargué el desayuno.

Volví a la habitación para ponerme los pantalones, me miré al espejo del baño y decidí que no tenía tan mal aspecto como cabía esperar después de haberme enfrentado a Félix, hasta que recordé que el muy cabrón se había concentrado en el corte de la navaja en vez de en mi cara. La descubrí y curé sin dedicarle un segundo pensamiento al comprobar que estaba cicatrizando bien.

Al volver a levantar la vista la imagen que me devolvió el espejo fue el rostro de mi padre. No el de Carlisle, ni por supuesto el de Aro, sino el de mi verdadero padre: Edward Masen. Asentí sintiéndome en paz conmigo mismo por primera vez en mi vida desde que ellos murieron, y regresé al dormitorio.

Isabella seguía profundamente dormida, se había dejado el colgante puesto que descansaba sobre uno de sus pechos y la cadena le rozaba el pezón, extendí la mano hacia ella con intención de acariciarla, entonces un toque discreto en la puerta anunció que el desayuno ya había llegado. No lo dejé pasar de la puerta y el camarero al ver mi aspecto tampoco insistió demasiado en terminar de hacer su trabajo. Empujé la mesa con ruedas hasta el lado de la cama y me serví café procurando no hacer ruido. Isabella de había girado y continuaba durmiendo. Tranquilamente me senté en el sillón a los pies de la cama decidido a dejar las manos quietas y esperar a que despertase, disfrutando del café y de las vistas que me ofrecían sus curvas con la sábana arremolinada en torno a ellas, pensando que quizás fuese eso lo que ve un hombre libre cuando levanta la cabeza de su objetivo inmediato y se atreve a mirar al futuro. La mujer amada descansando tranquila y el desayuno esperándola. 

Había pedido café, leche, frutas, zumos, crêpes con fresas, tostadas pequeñas con queso fresco, arándanos rojos y pashmak de rosas pensando en que seguramente no lo había probado y le gustaría. Y un ramo de lilliums blancos y rosas.

Cuando el sol ya había terminado de salir, la impaciencia me pudo y cogí una de las flores, me arrodillé junto a la cama y lentamente comencé a acariciarle el hombro y el costado con los pétalos. Suspiró y se acomodó. Me hizo sonreír con su gesto perezoso.

-Siempre he sido recto como la trayectoria de una bala, – comencé a susurrar cerca de su oído – inamovible, hasta que apareciste bailando en mi vida e irremediablemente me perdí en tus curvas. En tus caderas, en tus pechos, tu vientre... – Sonrió aún con los ojos cerrados cuando la flor recorrió los mismos lugares de su cuerpo que yo estaba nombrando. – En la curva de tus labios cuando sonríes y la de tus pestañas cuando mirándome, las cierras despacio y me haces contener el aliento hasta que vuelvo a ver esos ojos líquidos de caramelo y oro fundidos. Cuando salí de tus curvas por primera vez, ya no pude volver a ser el mismo que era. Por suerte para mí. Buenos días, preciosa. – Cuando la besé en los labios abrió los ojos despacio y alargó la mano hasta que me acarició el mentón sin afeitar. 

-Buenos días. No ha sido un sueño, estás conmigo.




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El cuento de la Hidra y la Princesa Rota. Jane POV

El firme agarre en torno a mi garganta se intensificó y los pulmones comenzaron a arderme, abrí los ojos y la brillante luz me cegó. Casi no podía respirar. Sabía que podría matarme sin alterar el gesto y por un feroz momento tuve la certeza de que lo haría, que de alguna manera había averiguado mis movimientos a pesar de todas mis precauciones y esta fuese la forma en la que había elegido acabar conmigo.

Tenía sentido, la Hidra en su pecho había cobrado vida.

Arrastrada por la insoportable angustia cometí el error de llevarme las manos a la garganta para intentar separar sus dedos y que algo de aire entrase en mis pulmones al tiempo que pataleaba para alejarlo. Hice un sonido estrangulado cuando traté de inspirar en medio del violento forcejeo. Pero solamente conseguí que apretase con más fuerza hasta que el hilo de aire se cortó por completo y ya no pude moverme.

La presión que notaba en los ojos se intensificó hasta temer que estallasen, mientras solo podía ver las cabezas de la Hidra atacándome entre luces centelleantes; me zumbaban los oídos, me ardía la garganta y el pecho… y el sexo. El hormigueo en los labios y las manos me hizo ser consciente de que me encontraba en plena “Fase Cerebral” de la asfixia. Solo un poco más y entraría en la “Fase Convulsiva” de la que era más difícil regresar, después, la completa asfixia. Y la muerte.

El pánico se apoderó de mí y con fuerzas renovadas traté de luchar de nuevo. Me temblaban las manos. La cabeza me daba vueltas y cada vez me costaba mantener… un… algún… pensa… pensamiento… No… Las cabezas…



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Al limpiar el espejo empañado me observé con atención por primera vez. Tenía el pelo completamente negro con un evidente mal corte que me hacía parecer una trastornada. Los derrames en los ojos reforzaban esa impresión, mi piel parecía aún más pálida, las marcas en mi cuello cada vez eran más visibles al igual que el labio hinchado por las bofetadas con las que Aro se excitaba al comienzo, completaban mi nueva imagen. El labio me dolía, a medida que se hacía más viejo, el número de bofetadas iba creciendo; luego venía la asfixia hasta que conseguía correrse.

¡Viejo asqueroso!

Mi aspecto era toda una advertencia a quien quisiese acercarse. Bien. Lo prefería de esa forma.

Me acerqué al espejo y con cuidado retiré el esparadrapo que cubría el piercing microdermal que mandé hacer con el diamante sintético a partir de las cenizas de Alec. Era una talla sencilla con reflejos azules que bajo mi ojo parecía una lágrima. El resto del piercing estaba oculto bajo la piel y solo se veía el pequeño diamante. Era un buen trabajo.

Las pruebas de ADN, la cremación y la sintetización del diamante retrasaron cuatro semanas mi llegada a esa isla de mierda llena de mosquitos y tres edificaciones casi en ruinas, mucho más de lo que Aro esperaba, por eso había sido especialmente duro conmigo.

No importaba. Cada minuto de retraso había merecido la pena.



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En vez de esos números, tecleé los míos.

Contuve el aliento mientras se procesaba la operación mirando de soslayo hacia él.

Aro se frotó los ojos con rabia y sacudió la cabeza como si no pudiese ver bien. Bostezó.

La barra de proceso seguía su lenta evolución, así como el Rohipnol.

Después caería al suelo mientras yo terminaba de trasferir el resto del dinero hasta vaciar la cuenta, sacaría mi navaja, le abriría el cuello a ese cerdo, luego cortaría cada una de las cabezas y finalmente la clavaría en el corazón de la Hidra, cogería mi mochila y me largaría andando a buen ritmo, pero sin correr, antes de que nadie advirtiese que algo estaba sucediendo.

“Operación Rechazada”

Mi corazón se detuvo y un calor desagradable surgió de mis entrañas. Con manos temblorosas tecleé de nuevo mi número de cuenta con especial cuidado de no errar en ningún dígito.

“Operación Rechazada”

-¿Qué está sucediendo? – Preguntó sospechando al escuchar que tecleaba de nuevo.

-No lo sé, rechaza la operación. – Me esforcé en hablar por primera vez y como esperaba, mi voz sonó rota y entrecortada, pero que doliese era el menor de los problemas que tenía en ese momento. Gran parte de mi plan estaba en peligro.

-Seguramente te has equivocado en algún número. – La ligereza de su voz se contradecía con la agudeza de sus ojos a pesar de los efectos de la droga. Tecleé de nuevo, esta vez los números que me volvía a dictar, temiendo que hubiese algún tipo de restricción y que fuese una nueva trampa para comprobar mi lealtad.

“Operación Rechazada”

Mi mirada le dijo lo que necesitaba saber.

-¡Déjame a mí! Te estás convirtiendo en alguien insoportablemente decepcionante. – Arrastrando la pierna por la herida en la rodilla se acercó y tirando de mi camiseta me apartó bruscamente para comprobar qué sucedía por sí mismo.

-No puede ser. Debe tratarse de un error. – Apreté los dientes, el verlo confuso me dio la fuerza necesaria para avanzar un paso hasta poder ver la pantalla.

“Saldo disponible: 0,00”

Dejé escapar un sonido extraño, mitad risa, mitad bufido, que atrajo inmediatamente la atención de Aro y las nueve cabezas de la Hidra bajo su camisa blanca. Ni un solo error más, Jane.

-No queda ni un céntimo. ¿Cómo es posible? – Me apresuré a decir dejando ver una conmoción que realmente sentía. Mi intención de quedarme con el dinero que yo misma le había ayudado a reunir acababa de saltar en pedazos. Y con ese dinero, mis planes de futuro. Aro frunció el ceño sobre los ojos vidriosos y se concentró de nuevo en la pantalla. Pulsó más teclas y de repente su expresión se volvió completamente neutra, antes de dejarse caer en el respaldo de la silla con una actitud que no hubiese dudado en describir como abatimiento si estuviese hablando de otro hombre.

-La cuenta ha sido transferida en su totalidad, como donante anónimo, hace tres minutos, a otra en Seattle a nombre de la Fundación Internacional para la Protección de la Infancia y Adolescencia Isabella Cullen… Tres. Malditos. Minutos.

La fría ironía de la jugada de Masen hizo que bufase y sonreí al imaginarlo agazapado, pendiente de la más pequeña oportunidad para saquear la cuenta matriz de los Vulturi. Tres minutos… Tenía que reconocer que ese hijo de puta sabía dónde golpear para hacer daño.

Cuando alcé los ojos, Aro también me miraba sonriendo. Esa sonrisa cortaba como un cuchillo y me produjo un violento escalofrío. Sospechaba de mí.

Se acercó despacio hasta donde yo estaba, ayudándose con el bastón sin apartar sus ojos de los míos y sin dejar de sonreír. Un fino sudor le perlaba la frente, era la primera vez que lo veía sudar, sin embargo, yo sentía frío.

Luché contra el instinto de retroceder y logré permanecer en mi lugar, si hacía un movimiento en falso estaba muerta. Su respiración dulzona me golpeaba en la cara mientras mi mente se llenaba de imágenes de las cabezas de la Hidra y su aliento venenoso.


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-¿Qué es lo que quieres exactamente, Frank, alias Sundance, de Opotiki? – Si es que algo de eso es cierto…

-Wow, sí que sabes cortar en seco. – Alzó las manos en señal de disculpa y enderezó la espalda. – Nada, no quiero nada, solamente he visto que eres occidental y que te han agredido seriamente, así que pensé que quizás te gustase viajar acompañada si es que compartes nuestra ruta. No es prudente viajar a solas por estas tierras. Eso es todo. No te molesto más. – Se levantó y dándome la espalda se reunió con los demás que hablaban sin prestarnos atención, al tomar asiento me dedicó una última mirada con el ceño fruncido. Entonces los demás le preguntaron y se limitó a responderles que me habían atacado, me miraron con ojos compasivos, sobre todo ellas, y apartaron la vista de nuevo.

¿Qué coño significaba todo esto? Por puro instinto acaricié el gatillo nerviosa, el peso y la dureza del arma en mi mano oculta en la mochila me hizo darme cuenta de que probablemente la única realmente peligrosa en aquel autobús era yo.

No podía dejarme llevar por la paranoia. Tenía que pensar, y hacerlo rápido.

Punto número uno: si Aro seguía vivo ordenaría mi búsqueda.

Número dos: yo conocía bien a toda su gente, y estos supuestos surfistas sin cicatrices y bronceados que disimulaban tan mal su curiosidad por mí, no encajaban en el perfil DGD, “tipos Duros, Grandes y Discretos”, y eso podía descartarlos; si quisiesen matarme con uno de ellos era suficiente, habría subido al autobús, me dispararía en pie desde el pasillo y aprovechando el pánico desaparecería y nadie podría describirlo acertadamente. Así era como Aro hacía las cosas.

Número tres: Aro se había quedado sin recursos económicos, no sabía hacia donde me dirigía y en dos horas no le ha dado tiempo a reclutar a gente nueva y situarlos justo donde yo había desembarcado, y mucho menos para que me acompañasen en el viaje, esa zona estaba llena de micro islas y podría haberme dirigido a cualquier destino. Eso era razonable.

Número cuatro: primero tendría que buscarme, y era más probable que me buscase sola. Ese chico tenía razón en algo, estaría más protegida viajando acompañada, pasaría más desapercibida entre gente cercana a mi edad. Al menos hasta que me encontrase en una zona más segura y pudiese continuar mi camino. Aceptaría su oferta y me la jugaría a esta carta, y si al final mi instinto me fallaba, todavía me quedaría la pistola. Todo iría bien siempre que yo desconfiase más de ellos, que ellos de mí.

Lo miré fijamente, prestando atención a la animada conversación que mantenían sobre la ruta que seguirían y los partes de previsión de olas, hasta que mi insistencia lo hizo mirar de nuevo hacia mí. Entonces le dediqué una especie de sonrisa para que la interpretase como un acercamiento. Y lo hizo, pero en vez de esperar, fue él quien se levantó de nuevo para acercarse y apoyando las dos manos con actitud desenfadada en los reposacabezas de los asientos, donde podía verlas, esperó a que dijese algo.

-Mi nombre es Alexandra, pero todo el mundo me llama Alec, con “c” al final. – Dije por fin sin moverme de mi sitio improvisando un tono ligero a pesar de mi ronquera. Entonces sonrió mostrando una fila de perfectos dientes blancos y me tendió la mano. Tuve que esforzarme en soltar la pistola y con el corazón desbocado temiendo lo peor, correspondí a su saludo. No hubo ataque por sorpresa, solo un apretón firme, pero no hostil.

-Encantado, Alexandra, alias Alec con “c” al final. Un piercing impresionante ese que tienes. – Me gustó que de nuevo en vez de señalarme, se señalase a sí mismo en el lugar donde yo llevaba el recuerdo de mi hermano. Ahogué un eco sordo que retumbó en mi pecho al evocar su recuerdo.

-He pensado que me gustaría continuar viaje con vosotros. Si… si todavía sigue en pie la oferta. – Yo no era hábil tratando con la gente, eso era evidente. Su sonrisa se ensanchó e inclinó la cabeza hacia donde los demás nos miraban expectantes.

-Ven, te presentaré al resto.

Agarré con fuerza la mochila y me levanté dispuesta a hacer como si me interesasen esas personas, dispuesta a interpretar el papel de una chica normal que viajaba sola y la habían atacado para robarle y estaba muy agradecida por su ofrecimiento. Dispuesta a hacerles creer que podía encajar entre ellos, que era una más, mientras memorizaba sus nombres y estrechaba sus manos, buscando en sus gestos, en sus miradas, en sus sonrisas y sus voces cualquier detalle que pudiese reconocer que delatase a la gente como yo.

La gente como yo, que soñaba con monstruos rojos de nueve cabezas que miraban directamente a los pensamientos más ocultos, que había aprendido a no llorar ni siquiera estando a solas, y que pensaba en el futuro en términos inmediatos mientras recelaba de todo el mundo.

Las princesas rotas como yo no creíamos en príncipes de pelo rubio y ojos verdes que nos salvasen de la Hidra. Eso no sucedía en nuestro mundo.

Las princesas rotas como yo solo creíamos en el peso de un arma, en que todo el mundo tenía un precio, y en que en la vida real no existían princesas rotas como yo.

Solamente yo.


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sábado, 21 de enero de 2012

El infierno del luchador.

-Pero cuando por fin se de cuenta de que no pienso ceder a sus pretensiones, no dudará en matarme. O al menos intentarlo, sé demasiado para su propia seguridad. – Ni siquiera se movió. Él también lo sabía.

-Y tienes demasiado poder e influencias. – Añadió Kate grave.

-Todos somos una amenaza para él. Todos sabemos demasiado. Los Cullen tenéis lo que él quiere, y los accidentes ocurren Edward… Prueba de ello es lo que ha sucedido en la isla en una sola noche, la misma noche que en Seattle intentaron secuestrar a Isabella. Cuentan con bastante gente entres sus filas y están muy bien organizados. ¿Quién puede garantizar que vuestro avión no sufre algún día una avería en pleno vuelo…? Hay que extremar las precauciones. – Sólo pude estar de acuerdo con lo dicho por mi abogado que seguía una lógica muy parecida a la mía. Había que extremar las precauciones en torno a mi familia. ¿Con cuánto tiempo contaría antes de que Aro descubriese donde estaba Bella? Tenía que moverme deprisa.

-Esa sentencia os incluye a ti y a Esme. – Dije por fin, preocupado por la suerte que pudiesen correr mis padres.

-Lo sé. Y tu madre también lo sabrá. Pero no creo que eso cambie nada, somos una familia y somos los Cullen. No vamos a rendirnos sin luchar primero. – Me limité a asentir, confiaba en que Carlisle haría lo correcto y no tenía la menor duda de que Esme no se separaría de su lado.

Eso me llevó a la cuestión que había estado tratando de evitar por todos los medios.

No tenía otra alternativa.

Mientras que esta situación no se resolviese, Isabella no podía formar parte de mi vida. Quizás Aro no estuviese tan desesperado y me quisiese vivo para que mis empresas contribuyesen a la tarea de blanquear el dinero de los peores criminales del mundo, y quizás fuese cierto que no era tan sencillo matar a un Cullen, a pesar de la inquietante aportación de Alistair, pero ella… estaba en permanente peligro por culpa de mi amor, era la más frágil de todos nosotros.

Y Aro lo sabía.

Nos enfrentábamos por fin a una guerra sorda para la que llevábamos preparándonos desde hacía años, en la que solamente había una forma de vencer a los Vulturi: anulando su creciente influencia, boicoteando sus actividades en los parquets de las bolsas de todo el mundo. Del resto, se encargarían sus “clientes”, ellos no eran reconocidos precisamente por su paciencia y generosidad con los errores ajenos. Y mucho menos si se trataba de su dinero, cuando les hiciésemos perderlo, estarán condenados.

Nosotros no éramos asesinos como ellos, pero sabíamos como mover el dinero y teníamos poder e influencia. Eso era justo lo que Aro quería de mí. Además del retorcido placer de tenerme de vuelta entre los suyos.

Pero eso no sucedería jamás.

Tenía que sacarla definitivamente de mi vida. Ella ya no esperaba ningún hijo, la sangre de un Cullen, el único realmente inocente, ya había sido derramada y eso era algo que no olvidaría jamás, pero no podía condenarla a mi mundo. Debía renunciar a ella antes de que fuese demasiado tarde.

Si terminaba muerto, no quería que ella conservase esa última imagen de mí, ni quería que sufriese por ello. Y de ninguna manera estaba dispuesto a poner en riesgo su vida. Antes era una absurda pretensión de Aro, pero ahora… Su poder había crecido al igual que sus ambiciones. Y cada vez parece estar más convencido de que no contará con las empresas Cullen para sus propósitos.

Apuesto a que dentro de poco hará su movimiento final y pondrá todas las cartas sobre la mesa, utilizando los muertos de aquella fatídica noche como muda amenaza, lo que equivaldría a una declaración de guerra. Entonces, sería el tiempo de medirnos y yo estoy dispuesto a jugármelo todo para acabar con él y proteger a mi familia: dinero, posición, reputación, la propia vida… Lo arriesgaría todo, menos lo más sagrado para mí: Isabella

La decisión había sido tomada. Tenía que terminar con ella.

-R-

Cuando regresamos a esa casa vacía y silenciosa desde que el sonido de su voz, de su risa, de sus tacones se había extinguido, entré directamente en mi estudio y me puse a trabajar de inmediato. Si no concentraba todas mis energías en el trabajo y en tratar de averiguar la forma de luchar contra Aro, terminaría por volverme loco.

Por suerte llegó una buena noticia de la mano de Kate. Tanto Call, como Seth y todos los demás que fueron exhaustivamente investigados, estaban limpios. Félix había trabajado solo y gracias a la natural suspicacia de mi jefa de seguridad, que en ningún momento descuidó la exigente vigilancia sobre él, la casa estaba libre de cámaras y micrófonos ajenos.

Guardé el informe sobre la lealtad de mi gente en un cajón y me quedé observando el tirador de otro, el que contenía el informe médico del atentado contra Bella.

Sin querer evitarlo lo saqué y abrí el sobre. Pasé sin detenerme sobre las páginas que detallaban sus lesiones, las conocía de memoria, las sentía como propias, hasta que llegué a la analítica.

Nivel de hormona Beta en sangre: HCG: 10.600 IU/I

Probabilidad de embarazo: 95%

Indicaciones médicas:

Recomendamos que la paciente se realice una nueva prueba dentro de dos días para confirmar el diagnóstico de embarazo…

Saqué el encendedor de mi bolsillo y le prendí fuego a las ilusiones rotas: mi semilla arraigando en el vientre de Bella, nuestras sangres mezcladas en algo sagrado y precioso... Observé como se convertían en cenizas ante mis ojos en la superficie de cristal del cenicero.

Eran mi responsabilidad, debí protegerlos.

Kate carraspeó discretamente en la puerta y levanté la mirada para verla junto a Call.

-Me alegro de tenerlo de vuelta Call. – Incluso para mí, mi voz sonó vacía y carente de entonación. Un puto autómata, a eso me había reducido.

-Lo mismo digo Sr. Cullen.

-Marshall, ahora que tenemos a toda nuestra gente de vuelta, que dos de nuestros mejores hombres viajen hasta Milán y no pierdan de vista a Isabella siempre que salga de casa. La quiero protegida en todo momento. Pero que sean discretos, que no llamen la atención. – No podía permitirme el lujo de sentirme cansado, tenía cosas importantes que hacer, tenía que seguir en pie luchando por muy mal que me sintiese.

-Sam y Quil. – Me limité a asentir aprobando su elección. – Saldrán tan pronto como pueda tener listo el avión.

-Quiero informes detallados con fotografías cada vez que salga de casa, pero que no la incomoden. – Con esa frase di la conversación por terminada y tomé el teléfono con el murmullo de dos pares de pasos dejándome solo de nuevo.

-Alistair, quiero que te encargues de algo inmediatamente.

-¿Tan grave es como para que hayas esperado a que llegásemos para decírmelo?

-No quiero que mi padre lo sepa, él confía en que todo se va a solucionar, pero yo conozco mejor que él a los Vulturi. No hay necesidad de angustiarlo más de lo que ya está. Quiero que modifiques mi testamento, si me sucediese algo… ¿Crees que cincuenta millones sea una cantidad suficiente?

-¿Suficiente? ¡Por Dios, Edward! ¿Suficiente para qué?

-Para que a Isabella no le falte nada sin mí. – Alistair pareció pensarlo durante un instante.

-Creo que será suficiente.

-Que sean ochenta entonces. Mándame la documentación para firmarla cuanto antes.

Colgué el teléfono y me giré para ver el crepúsculo. Me sentía tan cansado… La luz líquida del desvaído sol de otoño moría despacio ante mis ojos mientras dejaba que me envolviese por completo la oscuridad.

No hacía otra cosa más que pensar en ella. Y no se me ocurría nada para conservarla a mi lado.





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miércoles, 21 de septiembre de 2011

El París de las gatas y una cervatilla asustada.

Yo no me permitía ciertos caprichos… Otros más privados sí.
                                                                                                                               
-¿Aburrido? Muévete, nos vamos a quemar esta ciudad antes de que te patee el culo en la puerta del Ritz.
Call abrió la puerta del coche alquilado ‘casi’ de las mismas características que el que solía conducir en Seattle y nos acomodamos en el asiento trasero. La casa Mercedes siempre tenía algunos coches de similares características disponibles para los hombres de negocios como yo y para algunos diplomáticos, ya que al menos estaban blindados. El Maserati rojo que el hotel me ofrecía era una tentación, pero llamaba demasiado la atención, lo que iba en contra de mis propósitos… Por no mencionar que Emmett apenas podía moverse dentro.
Las calles de París por la noche eran un hervidero de turistas con pinta de perdidos, parisinos algo estresados y parejas besándose en cualquier lugar.
Nos dirigimos hacia Mont Martre porque Emmett era un jodido sentimental para ciertas cosas y siempre insistía en que empezásemos la noche en París desde el pequeño café en plena zona turística donde fuimos la primera vez que vinimos cuando apenas estábamos empezando a hacer dinero. Allí se podía tomar una copa, eso lo dijo por mí, comer un buen bistec, eso lo dijo por él a pesar de haber cenado ya, y escuchar buena música en directo de jazz, o soul, o lo que estuviese programado para esa noche, eso último lo dijo por los dos, porque por suerte sus gustos musicales habían evolucionado desde la primera vez que nos conocimos. Sonreí ante el recuerdo de aquella noche y mi sonrisa se desvaneció por completo al rememorar la sensación de encajar uno de sus puñetazos.
Nos quitamos las corbatas y las chaquetas mientras recorríamos a pie el trayecto desde donde el coche no pudo seguir avanzando, hasta Au Clairon des Chasseurs, entre cientos de personas que llenaban las calles de los alrededores del Sacre Coeur. La noche era cálida e invitaba a trasnochar.
No tan cálida ni tan incitadora como en la isla, pero también ofrecía interesantes posibilidades, la más interesante de todas, la de poder pasar desapercibido por una jodida noche.
Pedimos un par de cervezas bien frías, después del cognac cualquier otro licor hubiese palidecido y nos acomodamos en una pequeña mesa situada al fondo del local, algo apartada de las miradas curiosas de algunas mujeres que se dejaban impresionar por el tamaño de Emmett y por mi aspecto. Algunas de ellas me lanzaban furtivas miradas, otras se quedaban mirándome con todo descaro o algo impresionadas incluso delante de sus hombres.
Me pregunto, ¿cuántas de ellas se atreverían a plegarse a mis exigencias…?
El cuarteto de Jazz manouche sonaba realmente bien en ese pequeño espacio. Disfruté especialmente cuando las tres guitarras acústicas comenzaron un apasionado enfrentamiento de ritmos donde los dedos volaban sobre las cuerdas de las guitarras con las vibrantes notas del contrabajo de fondo que resonaban en mi pecho. Pocas veces había sonado tan fresco el Minor Swing de Django Reinhardt.



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Bajamos hasta desembocar en la Place Pigalle. Aquello era una multitud  de autobuses llenos de turistas y taxis, viandantes con caras excitadas unos y estupefactas otros, extrañamente iluminados por una incongruente cantidad de luces rojas y amarillas. El Moulin Rouge estaba en plena hora punta, en las calles se mezclaba todo tipo de personas con prostitutas y con los clientes, los escaparates de los Sex Shops que tenían esos maniquíes robotizados interpretando todo tipo de prácticas sexuales acaparaban una insólita cantidad de gente y cada dos metros había alguien repartiendo publicidad de los diferentes locales. La fauna noctámbula dejándose tentar.
Me gustaba esa zona de París… Era todo tan humano y vulgar, tan sexual y primario y a la vez complejo y estudiado, como una ostentosa representación de la condición del ser humano. Una gran obra de teatro interpretada por personas reales que regresarían a casa para dormir entre sábanas de resignación.
Alguno de ellos no llegaría a casa… O no despertarían nunca más…
Yo, moriría solo.
Una de  las putas con una peluca roja se abrió el vestido y nos mostró su cuerpo desnudo, tenía el recortado vello púbico teñido del mismo color rojo y un cuerpo estilizado y joven.
-Call detenga el coche. – Emmett me miraba divertido mientras yo sacaba de mi cartera un billete de quinientos euros y le hacía una señal para que se acercase. Cuando lo hizo saltando sobre sus tacones gastados también rojos, miré fascinado como sus pechos se movían acompañando sus movimientos y mi polla se estremeció. Se inclinó hacia la ventanilla y al vernos a los dos el miedo ensombreció su mirada, pero permaneció con su sonrisa falsa ignorando sus instintos. Eso me hizo saber que no llevaba mucho tiempo en la calle y que necesitaba el dinero.
-Ceci est pour le soin des détails. – (Esto es por cuidar los detalles.) Le di el billete que ella arrugó en su mano con los ojos abiertos a causa del asombro y la alarma.
-Merci Monsieur. – (Gracias Señor.) Le sonreí para tranquilizarla y volví a recostarme en el respaldo del coche.
-Vámonos. – Call puso en marcha de nuevo el Mercedes y la chica roja se quedó en la cera mirando cómo nos marchábamos sin pedirle nada a cambio, inmediatamente reaccionó guardando el dinero en el bolso y volviendo al trabajo. Ese rojo no tardaría en palidecer.



Fuente, Via



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El avión privado nos esperaba para llevarnos a Montecarlo para asistir a una subasta de coches antiguos. Iba a ser un día interesante.
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-Un Ferrari  tiene que ser rojo. – Emmett negaba con la cabeza ante un Ferrari de un insoportable color amarillo bajo el sol del Mediterráneo incluso con las gafas de sol puestas. Yo estaba inclinado sobre una obra de arte legendaria restaurada y en perfecto estado observando cada detalle de la carrocería y el interior.
Ese coche era uno de los deportivos más aclamados de la historia. El Maserati 250F era un coche de carreras impresionante, con uno de los 26 que se fabricaron Fangio fue campeón del mundo de Fórmula 1 en el cincuenta y siete. Una maravilla que rugía con un motor dos punto cinco de seis cilindros que desarrollaba entre doscientos cuarenta y doscientos setenta caballos de potencia máxima… Una jodida obra de arte muy cara.
Tenía que hacerme con él. Este pequeño bastardo dormiría en mi garaje.
Terminamos de ver los coches que estaban expuestos bajo aquel abrasante sol y entramos en el casino para tomar algo fresco antes de que comenzase la subasta de coches. El champagne era bueno y tenía la temperatura correcta. Los coches resultaron atrayentes como siempre y al día siguiente regresaría a Seattle por unos días para retomar el trabajo. Eso era lo único que me motivaba últimamente, el resto me resultaba tedioso y monótono.
-Estás más pensativo que de costumbre. ¿Tengo que empezar a preocuparme? – Emmett llamó discretamente mi atención y nos separamos del resto de la gente hasta uno de los ventanales.
-Estoy aburrido Emmett, aburrido del mismo tipo de mujeres, son frías, interesadas… Y las que no lo son no me satisfacen plenamente. Necesito otro tipo de mujer, diferente al que estoy acostumbrado. Alguien a quién poder llamar ‘mía’ y que de verdad lo sea. – Emmett abrió los ojos y sofocó una risotada tapándose la boca con su enorme mano.
-No me jodas… Tú no, Edward… ¡Argh! Acaba de caer mi último mito, pensé que jamás tendría que ver este día. ¿De verdad quieres una novia…? ¿Tú? – Apreté los dientes y miré discretamente hacia los lados asegurándome de que podía hablar con suficiente privacidad.
-No seas ridículo, lo que yo quiero es alguien que esté a mi disposición para cuando yo quiera y a la que poder follarme a pelo sin temor a que me contagie algo o se quede embarazada por interés. – Lo mascullé entre dientes y mi irritante amigo pareció entender por fin lo que quería decirle.
-Ufff… Menos mal… Me habías asustado por un momento. Pero dime algo, genio… ¿de dónde piensas sacar a una mujer de esas características, mayor de edad, que no ponga a prueba tu paciencia y que no se asuste ante tus pretensiones y prácticas sexuales? ¿Existe algún tipo de escuela de entrenamiento o algo así? ¿De un anuncio en la prensa? – Lo fulminé con la mirada y su gesto burlón no hizo sino acrecentarse. – En cualquier caso sería algo que me gustaría ver, te lo aseguro. – Resoplé exasperado, no frecuentaba los círculos BDSM y eso me complicaba las cosas.
-No tengo ni idea, pero busco otro tipo de mujer diferente. Quiero a alguien con experiencia, pero no demasiada a la que pueda moldear según mis necesidades particulares. – Y eso no lo encontraría entre las sumisas que disfrutaban con el dolor físico. Eso no era lo mío, ni la humillación, ni llamarlas ‘mascota’.
-Pues buena suerte con eso, te va a hacer falta. Pero conociéndote seguro que ya tienes alguna candidata. – Le sonreí y mi mete viajó hasta la isla y esa golfa huidiza que tenía en el punto de mira.
-No, en realidad para lo que quiero no, pero he conocido a una chica en la isla con la que haré una nueva muesca en el cabecero de mi cama antes de comenzar mi búsqueda. Es lo más pequeño e irritante que he visto en mi vida. Me voy a divertir bastante con ella. – Emmett rió de nuevo y yo le correspondí. Deseaba a esa bailarina.  










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Cuando el almuerzo terminó decidí crear expectativas, desaparecí discretamente y me refugié de nuevo en el estudio de Carlisle, resolví algunas cosas del trabajo mientras no la perdía de vista por el ventanal, observé con mal disimulado regocijo como parecía buscarme con la mirada, hasta que se marchó con su amiga de nuevo.
-Supuse que estarías aquí. – La voz de Carlisle me sobresaltó a mi espalda, me giré e hice por levantarme de su sillón, pero él me hizo un gesto con la mano para que permaneciese sentado. No lo había escuchado llegar, eso no me gustaba. – No es necesario, estoy bien aquí. – Se sentó en el otro lado de su mesa y yo sentí que tenía que justificarme. Joder, como si fuese un colegial.
-Tenía algunos asuntos que resolver. – Señalé al ordenador y Carlisle me sonrió.
-En ese ordenador están los datos de Bella. – Le devolví la sonrisa y me relajé. Era ridículo que pretendiese que no lo sabría.
-Lo sé, ya se los he enviado a Marshall. – Ese reconocimiento por mi parte era también una muestra del respeto y confianza que le tenía. Menospreciar su inteligencia y perspicacia era algo que pondría en tela de juicio la mía propia.
-No es necesario, no hay nada de lo que debas preocuparte en su pasado.
-Sabes que no es por eso. – Carlisle alzó una ceja y lo dijo todo con la expresión de su cara. – No sólo por eso.
-Bella no es como las demás chicas y desde luego no tiene nada que ver con el tipo de mujeres a las que estás acostumbrado. – Eso despertó de nuevo mi curiosidad, él la conocía bien.
-Te escucho.
-Lo suponía…  Es responsable y discreta, no se mezcla con los clientes, tiene a Alice como amiga y yo diría que se consideran hermanas, trabaja duro, es agradable e inteligente, buena con las demás compañeras, incluso demasiado, no se mete en líos y procura pasar desapercibida cuando no está haciendo su trabajo. – Asimilé cada dato que me dio, eso hablaba bien de su carácter, pero era muy general.
-¿Sabes si sale con alguien? – Hubo un breve silencio por su parte que me puso nervioso.
-No le conozco ninguna relación y jamás he sabido de nadie que viniese a recogerla después del trabajo. – Eso me hizo pensar en el porqué y me llevó a la siguiente cuestión.
-¿Has observado en ella ciertas… aptitudes? – Observé detenidamente como una pequeña sonrisa maliciosa delataba que ya sabía hacia donde me dirigía y me estaba esperando.
-¿A qué te refieres exactamente? – Me desesperaba que me empujase a ser tan… descriptivo, ¡joder! Ya sabía de lo que estábamos hablando, pero ser descriptivo formaba parte de mis pautas para mantener el control y me esforcé en hacerlo.
-Me confunde esa chica, sin embargo he observado ciertas tendencias sumisas en ella. ¿Opinas lo mismo?






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La cena terminó con la poca paciencia que me quedaba y no perdí el tiempo una vez que comenzó a sonar las primeras notas de la orquesta que amenizaría el baile. No soportaría tener que esperar si alguien se me adelantaba. Y de nuevo la encontré esperando a que llegase.
Me gustaba mucho que estuviese pendiente de mí en vez de intentar aparentar que me ignoraba. No era frívola ni manipuladora. Otro punto más Isabella.
-¿Me concedes este baile? – Asintió y aceptó la mano que le tendí. Estaba temblando levemente y las tenía frías a pesar del calor que todavía hacía. Su cuerpo se pegó al mío y comenzamos a bailar. Me sorprendí a mí mismo apreciando el hecho de tenerla entre mis brazos, olía realmente bien, como a suaves flores y algo dulce con un punto especiado. Nada desentonaba en su olor, era una composición de diferentes aromas, no una mezcla.
Dejé de olfatearla como un perro y me centré en sus ojos. Eran hermosos y profundos, de un cálido color chocolate. Es curioso, no me había fijado hasta entonces en el color exacto de sus ojos. Supongo que porque no la había tenido tan cerca durante tanto tiempo sin que intentase huir.
Se mordió el labio y me miró de forma seductora. Tuve ganas de reír… ¿Así que quería ser seductora…? Bien, bien… Juguemos a esto, a ver cómo lo hace.
-Desapareciste…pensé que no volvería a verte. – ¿Querías volver a verme…? Nadie lo hubiese dicho por cómo te comportaste. Pero no podía mostrarme como el cínico corrosivo que era si quería tenerla esa noche de sexo con ella.
-¿Me echaste de menos? – Se ruborizó y se encogió de hombros… No sabe mentir. Bien, eso también me agrada.
-Tuve que atender algunos asuntos urgentes. – Dije lo primero que se me ocurrió sin que fuese mentira y observé como fruncía el ceño no por lo que le había dicho, sino por algún pensamiento privado. Este juego te queda grande pequeña, no sabes disimular ni mentir. Nunca juegues al póker.
Nos quedamos en silencio unos instantes mientras bailábamos. Esme y Carlisle nos observaban discretamente y yo decidí que ya había tenido suficiente paciencia.
-Acompáñame a dar un paseo. – Dudó y buscó con la mirada a alguien, supuse que a su inseparable amiga. Haz algo antes de que la encuentre y con ella una excusa para no venir. – No será lejos, solo quiero comprobar algo. – Eso es… Nos vamos, preciosa.



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Apagué los monitores para salir a su encuentro, ya era hora de comprobar por mí mismo y dejar de hacer conjeturas. Me detuve en la entrada al salón apoyado en la pared y sus ojos se dispararon en mi dirección.
Parecía una cervatilla asustada frente a un depredador. Así me sentía yo, como un depredador fiero y sin escrúpulos. Esa era mi naturaleza.
-Ven aquí. – Obedeció suavemente y de nuevo pude comprobar que era elegante y medida en sus movimientos. Cuando estuvo a mi alcance no pude contenerme y la acorralé contra pared, alcé su cara para buscar algún atisbo de miedo en sus ojos, pero no lo encontré, en cambio sí vi el deseo y la inseguridad mezclados de forma desconcertante.
Su cintura era pequeña y ardía en deseos de quitarle ese vestido y descubrir sus secretos. Quería comprobar a qué sabía su piel, su sexo, su boca…
Me incliné despacio y la besé por primera vez. Fue como si algo me hubiese golpeado con una fuerza demoledora. Su sabor era algo increíble, suave y dulce como ella, tentador y delicioso, demasiado para su propia seguridad.
La deseaba con vehemencia. Enredé la mano en su pelo para inmovilizarla y profundizar el beso, necesitaba poseerla, penetrarla con mi lengua, morderle los labios, follarla, someterla. Pegué mi cuerpo al suyo y la inmovilicé contra la pared y fue entonces cuando me di cuenta de que hasta ahora no se había atrevido ni a tocarme.
Eso es pequeña… tócame, conóceme. La erección que tenía comenzó a ser casi dolorosa y busqué su vientre para calmar la necesidad acuciante de ella. Si no me tranquilizaba, acabaría follándola allí mismo, de pie contra la pared.
En ese momento gimió dentro de mi boca y creí que no lo conseguiría, no llegaríamos hasta el camarote. Gemí frustrado y excitado, confundido y necesitado… ¿Qué me pasaba con esa mujer?
Entonces la realidad me golpeó como una bola de demolición, una noche no sería suficiente, necesitaba más. Pero si  al llevarla al dormitorio y ver todo lo que la esperaba allí la asustaba… La perdería.
No podía arriesgarme, tendría que ir más despacio con ella, me había precipitado como un maldito principiante.
Seguí sintiéndome arrastrado por ese beso de forma completamente desconcertante, tendría que parar, necesitaba detenerme inmediatamente o no lo conseguiría. Quizás fuese ella la mujer que estaba buscando, ya que desde luego no era como las demás.
Quise rugir a causa de la frustración, pero en vez de eso hice el ejercicio de autocontrol más difícil que había hecho en muchos años y me separé de ella. Habría más oportunidades para disfrutar de esa boca y el resto de su cuerpo si todo salía como era mi voluntad.
Lo siento nena, esto va a resultar confuso para ti, tampoco es fácil para mí, pero es lo que debo hacer para tenerte.
-Creo que debo llevarte a casa. – No tuve tiempo de detenerme a analizar su mirada herida. Me sentí como un miserable y me odié por ello. Había tomado una decisión y eso haría, era lo mejor para mis propósitos y para ella misma.
Si permanecíamos un minuto más en el yate, no sabía si conseguiría evitar atarla a mi cama. ¡Maldita sea, Cullen! Menuda ocasión has elegido para comportarte como un caballero… ¿Qué coño te pasa con esta mujer?






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-No se trata de mí, es mejor para ti… yo no te convengo. – Tuve el inexplicable impulso de advertirla para que le diese tiempo a pensar y cuando le propusiese que fuese mía, lo tuviese muy presente. Estaba advertida.
Entonces se giró para entrar en su casa. Sin una sola lágrima ni más preguntas que las que asomaban a sus ojos y que sus labios no verbalizaron. Mi corazón hizo algo extraño y sentí como si se encogiese, sus dedos se deslizaron entre los míos y cerré la mano en torno a ellos de forma instintiva.
Esa dignidad con la que aceptaba mi decisión aunque le doliese y no la entendiese, fue algo que me sorprendió por primera vez en mucho tiempo. Me había gustado que no se ofreciese, ni que intentase seducirme, definitivamente era distinta a las demás.
¿Y si Carlisle tenía razón? Me sentía cada vez más intrigado por esa criatura elegante y tímida que se ruborizaba como una colegiala pero que al mismo tiempo tenía un extraño fuego en esa mirada profunda y oscura. Era cálida y dulce. Sus labios tenían un sabor delicioso y su olor me gustaba hasta el punto de aturdirme. Haría lo que fuese por descubrir sus secretos, comprobar si realmente era así.
Lo haría. Estaba decidido a tenerla cerca para proponerle que fuese mía,  y la había advertido, aceptar o no sería decisión suya y me eximía de toda culpa, era una mujer adulta y responsable.
-Hasta la próxima preciosa, cuídate hasta entonces. – Entonces me sonrió de forma triste y eso en vez de enfadarme me conmovió. Era más fuerte de lo que aparentaba, eso me gustaba, sentía respeto por las personas estoicas.
La dejé marchar y me dirigí al coche. Conduje de vuelta hasta el yate y llamé a Kate.
-Buenas madrugadas Edward…
-Investiga a la chica del informe que te he enviado de forma prioritaria, si de verdad sabe construir edificios, quiero que le envíes una oferta de trabajo a través de la universidad que no pueda rechazar, asegúrate de eso. – Quería tenerla cerca por si convencerla para que accediese a mis pretensiones me llevaba más tiempo del esperado.
-Muy bien, ¿eso es todo? – Busqué en el reproductor la canción que me había estado rondando la cabeza desde la conversación con Carlisle e hice algo totalmente inesperado.
-No, hay algo que quiero que se haga inmediatamente, llama al estudio de Armani y dile que he cambiado de idea, que sustituya toda la caoba negra de la casa por otra más cálida, la quiero de un profundo color chocolate. – Me habían gustado sus ojos. – Eso es todo.
Colgué cuando las primeras letras del ‘Sympathy for the Devil’ de los Rolling Stones comenzaron a describirme.

Please allow me to introduce myself
I'm a man of wealth and taste
I've been around for a long, long year
Stole many mans soul and faith.

And I was round when Jesus Christ
Had his moment of doubt and pain
Made damn sure that Pilate
Washed his hands and sealed his fate.

Pleased to meet you
Hope you guess my name
But what's puzzling you
Is the nature of my game…

Pronto Isabella… Muy pronto.